Dulcecandy, esto va para ti.
Conocí a una persona que se suicidó por amor. Era el padre de una de las amigas de mi hija, un hombre guapisimo, encantador, amable, educado, adoraba a sus hijas, siempre estaba con ellas en el parque jugando y llevándolas de excursiones a ellas y a sus amigas. Cada fín de semana se le ocurría algún nuevo plan para entretener a las niñas y allí que se las llevaba. Su mujer le pidió el divorcio, y en dos meses le vi cómo se iba consumiendo. Nos saludábamos, hola, qué tal... Y él "bien, aquí..." o hablando del tiempo o qué tal las niñas o lo que fuera. Nunca dijo una palabra de desesperación, nunca habló de su sufrimiento. El último día que le vi estaba en la puerta de su portal esperando para recoger a sus hijas, delgadísimo, demacrado, y yo sentí que me tenía que acercar y ofrecerle mi ayuda aunque fuera para charlar, pero me dió apuro meterme en algo así de íntimo y sólo le saludé como siempre. Unos días después se pegó un tiro. Era policía y tenía una pistola. Siempre me he reprochado no haberle dicho nada aquel último día que le vi, quizá hubiera servido de algo aunque lo dudo, y por eso ahora contesto a los mensajes como el que tú pusiste, porque me siento culpable por no haber visto venir lo de Iñaki. ¿Sabes lo que te deseo Dulcecandy? Te deseo que llegues a sufrir tanto como ese hombre para que aprendas lo que es la verdadera desesperación y no juegues con ella.