Generalmente una amistad suele empezar por sopresa, sin planear nada. Se conoce a alguien con el que se está bien. Así de simple. Seguramente tendremos puntos más o menos en común, aficiones, o incluso el propio trabajo. Puede que sean estas actividades comunes lo que acabe fomentando la aparición de la amistad. Para que esta amistad perdure y crezca, más que buscar nuevos puntos en común, lo que se debe potenciar es la continuidad en el trato. En no pocas ocasiones tras dejar de ver a un amigo durante años descubrimos en el reencuentro que se ha convertido en un extraño. Es el tiempo quien permite que una amistad se desarrolle.
Con el tiempo llegamos a conocer bien a la persona, su pasado, su presente, sus aficiones, sus gustos, etc. El tiempo proporciona la comprensión de la otra persona. Sin este factor temporal la amistad cojeará inevitablemente. Esta comprensión nos llevará a la confianza. Confianza en lo que dice, y confianza en la persona. Y en este punto la lealtad y la gratitud hacia esa amistad son fundamentales.
En resumidas cuentas podemos afirmar que lo fácil es hacer nuevos amigos, pero mucho más complicado resulta mantenerlos a lo largo de los años. Muchos factores influirán en esto, pero uno muy importante e inevitable es que la persona cambia. Es algo que debemos comprender; conforme el tiempo pasa evolucionamos inevitablemente, y nuestros amigos también. Esa evolución puede crear una distancia, o puede reducirla. Todo dependerá de nosotros.