Cuenta la historia que hace muchos muchos años, en el reino fastuoso de un monarca africano, nació su hijo primogénito a quien llamaron Elegua. A los 8 años, el niño era muy precoz, osado y travieso y daba mucho trabajo a sus progenitores.
Un día, caminando por la orilla del mar con su guardian, vió un objeto brillar junto a una palmera y corrió a tomarlo. Su guardián trató de impedirlo, previniéndole que podía ser un objeto peligroso ya que se veía raro y tenía dos intensas luces en el lugar de los ojos y una nube blanca y leve salía de su boca, pero Elegua se escapó de las manos de su protector y escolta y corrió a tomar el objeto para llevárselo.
Cuando lo tuvo vió que era el fruto de un cocotero y quedó fascinado, entonces oyó una voz que le decía , "cuidame y líbrame de las ... y los gusanos que querrán comerme con el tiempo; si me proteges, te daré salud y prosperidad". El niño prometió al coco cuidar de él mientras viviera y lo llevó al castillo.
Allí contó su historia a su padre y a toda la corte, pero todos se burlaron de él y jugaron pelota con el coco, tirándolo de un lado a otro sin que Elegua pudiera evitarlo, y el consejero del rey le dijo a éste: "tu hijo te dará problemas con esa imaginación que tiene, vamos a esconder el coco para que se olvide de ese invento".
Pero ése mismo día el niño enfermó, y tres días después murió. La corte y todo el pueblo lloraron la muerte del príncipe y llamaron a un adivino que les dijo que un genio bueno que vivía encerrado en el coco había sido ofendido y ultrajado y que por eso había muerto el príncipe.
A partir de ese momento el rey, arrepentido, mandó venerar al coco y pedir su perdón y protección, pero los ojos del coco nunca más volvieron a brillar.
Consultado nuevamente el adivino dijo: "debemos ponerle ojos, boca y oídos para que nos escuche y pueda hablarnos". Así que le incrustaron unos caracoles en el lugar de los ojos y el genio volvió a ver. Luego le incrustaron dos conchas en los oídos y el genio volvió a escuchar sus plegarias. Por último, le pusieron una boca y el genio habló y transmitió toda su sabiduria a aquel pueblo ignorante y lo perdonó.
Aquellos caracoles que el adivino usó eran bucios, desde entonces los bucios adquirieron el don y el poder de comunicar a los mortales sus designios a través de la adivinación, así como la voluntad de los espíritus de los muertos y la de los dioses.
El coco, a quien pusieron el nombre del príncipe Elegua, fue desde entonces adorado y consultado con respeto por todos los sabios, adivinos y curanderos de todos los tiempos.