Hans Christian Andersen
Cuento de
Era Navidad en una ciudad de un lejano país. Las calles estaban llenas de la nieve que caía constante como si fueran motas de algodón.
El frío era intenso y la gente se guardaba en sus casas para disfrutar de la cena. Sin embargo, una pequeña figura se movía entre las frías y angostas calles. Era una hermosa niña, con piel del color de la nieve y labios rojos como las cerezas.
La niña estaba muy triste porque no había podido vender las cajas de fósforos que le había dado su padre, y si no llegaba a casa con el dinero de la venta, la castigarían.
La pequeña caminaba y caminaba. El frío se hacia más fuerte y las pocas y sucias ropas de la niña no le daban ningún abrigo. Además no tenía ningún calzado y la nieve comenzaba a congelar sus pies.
La niña decidió entonces sentarse en un pequeño callejón sin salida para refugiarse del frío. Pero a pesar de que se envolvió todo su cuerpecito con sus ropas, cada vez tenía más frío. Entonces decidió prender un fósforo para calentarse, aunque sabía que su papá la castigaría por eso. Raspo el fósforo contra una pared y de repente una luz invadió el lugar. La pared se volvió de cristal y pudo ver a través de ella una casa. Era hermosa, llena de flores, y tenía una gran mesa con muchos asientos.
En la mitad de la mesa había un enorme pavo rodeado de muchas frutas y muchos postres. La niña decidió encender otro fósforo para poder alcanzar el pavo. Cuando lo hizo, un enorme árbol de Navidad apareció ante sus ojos.
Era muy alto y con unas ramas muy verdes y fuertes. Estaba lleno de luces y adornado con cientos de muñecas hermosas, vestidas con trajes hechos con chocolate, anís, y otros dulces. La niña intentó acercarse al árbol, pero el fósforo se apagó nuevamente y el árbol subió hasta el cielo y desapareció. La pequeña se quedó observando el cielo por un momento y vio como una luz caía en forma de polvo. Ella recordó que su abuela le había contado que cuando una estrella cae, es porque un alma está llegando al cielo.
En ese momento un viento frío la tocó y decidió prender otro fósforo. Y cual sería la sorpresa de la niña. Frente a ella estaba su abuela, su adorada abuela que siempre le contaba cuentos antes de dormir y siempre le llevaba golosinas y juguetes.
-La niña le dijo a su abuela: "abuela no me dejes, llévame a un lugar donde no sienta frío ni tenga hambre".
Una vez dicho esto, la niña tomó todos los fósforos y los encendió para evitar que su abuela se desvaneciera. Una luz invadió todo el callejón como si fuera mediodía. La abuela, gorda y con las mejillas rosadas, tomó a la niña en sus brazos y juntas volaron al cielo.
A la mañana siguiente unos habitantes de esa ciudad encontraron el cuerpo de la pequeña niña todo congelado. Ya su piel no era blanca como la nieve, sino gris como la plata que no ha sido brillada. Y sus labios ya no tenían un color cereza, sino morado como las uvas.
Sin embargo la niña tenía una gran sonrisa en su rostro y con sus pequeñas manos protegía la cajita de fósforos que había encendido durante toda la noche.