Cuando nos sentimos frustrados deducimos, de forma consciente o inconsciente, si quien se interpone en nuestro camino lo hace de manera voluntaria o sin pretender perjudicarnos. En ambos casos se produce un enojo, pero con la diferencia de que, cuando no descubrimos maldad en el otro, nos sentimos contrariados, pero no ofendidos. El problema está cuando alguien nos ataca deliberadamente. En tal caso el enojo adquiere tintes de odio y de deseos de tomarse la revancha. Pero que haya motivos para enfadarnos no significa que nuestra respuesta deba ser primaria e incontrolada. Lo inteligente es que decidamos manejar ese sentimiento espontáneo de enfado de manera controlada, sin perder la calma, con frialdad. ¿Cómo se logra esto? Con la empatía, tratando de averiguar motivos y los resortes que han impulsado al otro a causarnos daño. Casi siempre encontraremos que se trata de una persona fracasada, frustrada, descontenta consigo misma, envidiosa y orgullosa. En definitiva, una persona desgraciada que se siente 'feliz' y liberada viéndonos desgraciados. Al descubrir que la maldad esencial de quien busca hacernos daño de manera deliberada forma parte de su depauperada vida interior, nos sentimos descargados de odio, del enfado destructivo y nos humanizamos ante un ser que en realidad es insignificante, a pesar de sus bravatas. En consecuencia, hasta cuando alguien nos hace daño 'a propósito', es posible relativizar nuestro enfado y no responder con ira. Simplemente debemos limitarnos a dejarle a solas con su odio sin darnos por aludidos. Esto será suficiente, pero sí, además, arrancamos de raíz el poco odio que pueda atarnos a esta persona nos sentiremos completamente liberados y en paz con nosotros mismos.
Bernabé Tierno Jiménez es psicólogo, psicopedagogo y escritor