Había una vez un rey que recibió como regalo dos magníficos halcones provenientes de Arabia. Eran halcones peregrinos, las aves más hermosas que se hayan visto jamás. El rey entregó las preciosas aves al maestro de cetrería para que las entrenara.
Pasaron los meses y un día el maestro de cetrería le informó al rey que uno de los halcones estaba volando majestuosamente, planeando alto en los cielos, pero el otro halcón no se había movido de su rama desde el día en que llegó.
El rey convocó a curanderos y hechiceros de todas las tierras para atender al halcón, pero ninguno pudo hacer que el ave volara. Luego le presentó la tarea a los miembros de su corte, sin embargo, al día siguiente, el rey vio a través de la ventana del palacio que el ave aún no se movía de su percha. Habiéndolo intentado todo, el rey pensó: Tal vez necesito a alguien que esté más familiarizado con la vida del campo para que entienda la naturaleza de este problema. Entonces le gritó a su corte:
-¡Vayan a buscar a un granjero!
A la mañana siguiente el rey se emocionó al ver al halcón volando muy alto sobre los jardines del palacio y le dijo a su corte:
-Tráiganme al hacedor de este milagro.
La corte rápidamente localizó al granjero, quien vino ante el rey. Éste le preguntó:
-¿Cómo hiciste para que el halcón volara?
Con reverencia, el granjero le dijo al rey:
-Fue fácil, su majestad. Simplemente corté la rama.
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